Ahora que en Biovalle, y en todo Palma del Río (Córdoba), está comenzando la campaña citrícola, vuelven los viejos fantasmas de cada temporada.
Por parte del agricultor viene existiendo desde hace años una desesperanza generalizada que actúa como una especie de velo sobre lo que ocurre cada campaña. El agricultor ya no espera nada, a lo más que aspira es a que al menos las cosas no empeoren. Mientras criaba la cosecha si se permitió pensar, en algunas ocasiones, que “alguien iba a hacer algo” y que algún año “tenían que cambiar las cosas”. Pero al final, año tras año, las cosas no dejan de empeorar.
En cuanto a los corredores de cítricos y comercializadores, buena parte de ellos empieza a recorrer las fincas, y a filtrar, como cada año, los rumores de que este año hay poca demanda, por parte de los mercados, de que más de “tantas pesetas” es imposible pagar porque es el precio del mercado, y, lo de siempre: ¡la cosa esta mal!
En hipermercados, supermercados y comercios generalistas, los precios que se pueden encontrar son altos (en relación a lo recibido por el agricultor) y varían a lo largo del año, de la temporada, de la variedad de naranjas, etc. Pero en general los grandes negocios alimentarios mantienen su porcentaje de beneficios con el paso del tiempo, porque son ellos los que imponen sus precios a los agricultores.
En este sistema agroalimentario, el consumidor final tiene poca capacidad de decisión, ni sobre el producto que quiere comprar, ni sobre su calidad, ni sobre el precio, ni sobre la seguridad o la soberanía alimentaria. Es un receptor pasivo de “lo que quieren los mercados”.
Entre el agricultor y el consumidor (y muchas veces incluyendo a ambos) surge la figura opaca de los sacrosantos Mercados, que nadie sabe exactamente quiénes son, ni por quién están controlados, ni a qué tipo de criterios ni objetivos responden. Eso sí, son especulativos, intocables, viven del trabajo y el esfuerzo de otros, y, por si fuera poco, todos debemos rendirles pleitesía, anteponiendo en todo momento sus intereses a los de la ciudadanía (incluso constitucionalmente).
Sin embargo existen motivos para la esperanza, siempre los hay. En Biovalle, por ejemplo, vendemos buena parte de nuestras naranjas ecológicas y cítricos a través de Canales Cortos de Comercialización. En muchos casos los clientes que quieren comprar naranjas ecológicas vienen directamente a Biovalle y se las llevan recién recolectadas, por ellos o por nosotros. En otras reciben nuestros cítricos ecológicos a través de asociaciones y grupos de alimentación y consumo, o a través de redes de productores y consumidores, o los adquieren en ecomercados y ferias a los que asistimos, o bien a través de pequeños establecimientos ecológicos y convencionales que apuestan por unas relaciones comerciales justas, respetuosas y viables para todas las partes. La venta online de las naranjas ecológicas es también una opción más que ofertamos desde Biovalle, para clientes que no pueden acceder a nuestros cítricos de otra manera.
En Biovalle cultivamos para personas, no para mercados. De ahí que no haya nada más satisfactorio o estimulante que una conversación, un sms, un email o una llamada de un cliente, para felicitarnos por el sabor y calidad de nuestros frutos. Vivir dignamente de nuestro trabajo, y que este repercuta en la calidad de lo que producimos, y en las personas que adquieren nuestros cítricos, es sin duda nuestro primer e innegociable objetivo. En Biovalle lo tenemos claro: cultivamos para las personas.